jueves, 6 de septiembre de 2007

El teléfono movil

Cuando Eva miro el escenario puso cara de indiferencia como buena leo que era. No le gustaba mostrar sus debilidades, y verse conmovida por aquellos hechos no entraba en sus parametros del orgullo.

Cogió el bote de la mesilla y sacó de él un par de teclas. Anduvo tres pasos sobre la ruidosa madera del escenario y dejó caer la teclas al suelo. Miró a su compañero inclinando levemente la cabeza y con una voz más segura de lo esperado salió de aquella habitación del decorado.

Sentada en un taburete del bar del teatro bebió un largo trago de su zumo de pomelo y dijo mientras miraba fijamente a algún punto perdido en aquella unión de espacio y tiempo:
- Zorra.

La situación era ciertamente un poco más peliaguda de lo que una persona no involucrada sentimentalmente pueda pensar. Para Eva, quitarse la venda de los ojos recién cumplidos los 32 no era más que otra gota que se desvordaba en su vida. Exitosa, como cientos de protagonistas de novelas para mujeres, Eva había luchado por encontrar ese hueco en la sociedad por el que todas luchamos y podría decirse que al menos por encima, lo había conseguido a vase de esfuerzo.

Descubrir a los 32 una turbia trama de la que su madre era núcleo y artífice no era un golpe que se pudiera encajar de cualquier manera.

Es en este punto de la narración donde se introduce el elemento clave. el teléfono movil. Rectifico, los. ellos llenaban al parecer las noches de su madre mejor de lo que nunca había conseguido su padre. Divorciados hace años por causas que no vienen al caso, la entrañable actriz de 54 años, conocida por algún que otro espectaculo de cabaret del centro de Madrid había dejado la interpretación a un lado para curtirse un poco en la dirección.

Durante los dos años que había durado la preparación del teatro, montajes de escenario, atrezzo, guiones... ella había paliado su soledad y su stress a través del sexo. Prácticas que le habían hecho sentir más segura. Seguridad que poco a poco se había tornado peligrosa, pues ella era para si misma la musa de sus sueños, la diosa que merecía culto por parte de todos sus súbditos y poco a poco aquella obra teatral titulada "Sin Ánimo De Ofender" lo que equivale a SADO, curiosa coincidencia, se transformó en una red de sexo manipulada y custodiada muy de cerca por la, llamemosla así, madamme general de la obra.

Tráfico de esclavas, reuniones privadas organizadas, shows en directo para los clientes más influyentes y así había logrado ella costear los gastos de su gran proyecto. Como todo en esta vida, su desmadre pasó factura y supongo que digo esto para ayudar a que este relato tenga una especie de moraleja de fondo, directamente remarcada por una. Todo acto tiene una consecuencia, o varias, que aparecen directa o indirectamente para enseñarnos el escarmiento supongo, o como en el caso de nuestra madamme particular para cobrarse las deudas de un modo igual de ortodoxo que los que ésta empleaba.

Por esta razón le fue encargado a la muerte este último chanchullo. Su cuerpo apareció sin vida en el llamado fumadero de la trasera del teatro con un movil introducido en su vagina en modo vibrador.

Supongo que como toda trama medianamente espeluznante, esta historia necesitaba un elemento fuera de lo normal. Como entonaba Sabina en su canción: "a esta canción para ser comercial le falta un buen estribillo".

Los teléfonos móviles antes nombrados eran meticulosamente manipulados por su poseedora. Después de quitarles las teclas y meterlas en aquel bote de cristal, forraba convenientemente el móvil y lo utilizaba para darse placer.

Muchos dirán al respecto que a aquella desalmada no le faltaba dinero, pero nadie a hablado de escasez de recursos... digamos que los telefonos moviles le ponían, cruda y llanamente.

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Por la mañana cuando Eva recibió la llamada desde comisaría, le recordo a su fuerte temperamento que esta vez no era una muerta más, pero que debía controlarse. Su madre había sido encontrada muerta a causa de un cortocircuito interno...

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Chincheta amarilla

Coloqué tres chinchetas en mi bolsillo para notarlas al caminar.
Las notaba y de vez en cuando daba un pequeño saltito.
Llevaba un libro de cuentos en la mano y caminaba firme y decidida hacia mi nuevo trabajo.

La tres chinchetas tenían su porqué. Mi padre me dijo de pequeña que siempre debía recordar los momentos de tempestad cuando la vida dirijiera los rayos de sol a mis días.

Por la mañana sentada en mi colchón, mientras me hacía cosquillas con la llema de mis dedos, despacito, subiendo desde mi cadera hasta mi cuello pensé que aquel era uno de los momentos en los que la vida me apuntaba con esa pistolita de la felicidad que mi padre nombraba tantas veces en sus momentos de sabio delirio.

Decidí que tenía que hacerle caso, porque el era mi padre. Porque ante todo había aprendido a vivir con gracia a pesar de no tenerme cerca.

No pretendo decir que yo era su vida. Nunca lo fui. Era muy independiente, muy orgulloso y sí, deliraba a menudo pero me quería. O al menos eso decía en la carta que me escribio. Carta que me dejo junto con una cajita de chinchetas.

Sentada en mi colchón cojí la cajita y miré todos sus colores.
Sí, mi padre me regaló chinchetas de colores. Me dijo que no quería que pensara que era un loco culquiera. Era un loco sí, pero con imaginación y una pizca de alegría añeja.

Volví a mirar las chinchetas y pensé que esa sería la mejor manera de recordarme los malos tiempos.
No se trataba de recordar su muerte y flagelarme pensando en mi tristeza. No se trataba de llorar por su pérdida.
Cuando tendió el sobre y la cajita cilindrica sobre mi mano me dijo: "solo te pido una cosa. Cada vez que te encuentres mal clavate una de estas. Si tu dolor es tan grande y tan profundo la sangre no te escocerá. No notaras el pinchazo. De lo contrario, si te molesta, piensa que eso que enturbia tu fragil alma no es tan grave como parece. Olvidalo y sigue adelante. Eso sí, ten cuidado de no sufrir en vano, pues el día que se te terminen las chinchetas no te permito que sufras más.
La razón de esto será: 1: habrás sufrido demasiado y ya será hora de que aprendas a disfrutar. No permitas que tu corazón sufra hija. Y 2: tu corazón no será capaz de sufrir más, no será capaz, porque ya no sentirá ni las chinchetas ni las malas palabras de la gente que te quiere."

Dicho esto me miro con esos ojos perdidos y por primera vez todos los presentes se dieron cuenta de que estaba bastante más cuerdo que ellos.
No me permití llorar porque de sobra sabía que en aquellos momentos la chincheta no me haría daño.

No he gastado ninguna. He sufrido bastante pero no las he usado.
Supongo que esos pequeños pinchacitos me recordaban simplemente lo que tenían que tenerme presente.