miércoles, 5 de septiembre de 2007

Chincheta amarilla

Coloqué tres chinchetas en mi bolsillo para notarlas al caminar.
Las notaba y de vez en cuando daba un pequeño saltito.
Llevaba un libro de cuentos en la mano y caminaba firme y decidida hacia mi nuevo trabajo.

La tres chinchetas tenían su porqué. Mi padre me dijo de pequeña que siempre debía recordar los momentos de tempestad cuando la vida dirijiera los rayos de sol a mis días.

Por la mañana sentada en mi colchón, mientras me hacía cosquillas con la llema de mis dedos, despacito, subiendo desde mi cadera hasta mi cuello pensé que aquel era uno de los momentos en los que la vida me apuntaba con esa pistolita de la felicidad que mi padre nombraba tantas veces en sus momentos de sabio delirio.

Decidí que tenía que hacerle caso, porque el era mi padre. Porque ante todo había aprendido a vivir con gracia a pesar de no tenerme cerca.

No pretendo decir que yo era su vida. Nunca lo fui. Era muy independiente, muy orgulloso y sí, deliraba a menudo pero me quería. O al menos eso decía en la carta que me escribio. Carta que me dejo junto con una cajita de chinchetas.

Sentada en mi colchón cojí la cajita y miré todos sus colores.
Sí, mi padre me regaló chinchetas de colores. Me dijo que no quería que pensara que era un loco culquiera. Era un loco sí, pero con imaginación y una pizca de alegría añeja.

Volví a mirar las chinchetas y pensé que esa sería la mejor manera de recordarme los malos tiempos.
No se trataba de recordar su muerte y flagelarme pensando en mi tristeza. No se trataba de llorar por su pérdida.
Cuando tendió el sobre y la cajita cilindrica sobre mi mano me dijo: "solo te pido una cosa. Cada vez que te encuentres mal clavate una de estas. Si tu dolor es tan grande y tan profundo la sangre no te escocerá. No notaras el pinchazo. De lo contrario, si te molesta, piensa que eso que enturbia tu fragil alma no es tan grave como parece. Olvidalo y sigue adelante. Eso sí, ten cuidado de no sufrir en vano, pues el día que se te terminen las chinchetas no te permito que sufras más.
La razón de esto será: 1: habrás sufrido demasiado y ya será hora de que aprendas a disfrutar. No permitas que tu corazón sufra hija. Y 2: tu corazón no será capaz de sufrir más, no será capaz, porque ya no sentirá ni las chinchetas ni las malas palabras de la gente que te quiere."

Dicho esto me miro con esos ojos perdidos y por primera vez todos los presentes se dieron cuenta de que estaba bastante más cuerdo que ellos.
No me permití llorar porque de sobra sabía que en aquellos momentos la chincheta no me haría daño.

No he gastado ninguna. He sufrido bastante pero no las he usado.
Supongo que esos pequeños pinchacitos me recordaban simplemente lo que tenían que tenerme presente.

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